por YAIMA GIL POUTOU cuarto año de Historia Universidad de La Habana
En la actualidad las mujeres hemos logrado superar en cierta medida las inequidades de género de la que hemos sido víctimas desde los mismos inicios de la historia. A través de las banderas del feminismo la mujer pretende un mundo inclusivo, igualitario, sin estereotipos que no solo afectan a ellas sino también a los hombres, pues estos son forzados a adecuarse formalmente a conceptos milenarios y decadentes que los hacen suprimir emociones, necesidades y posibilidades, de lo cual podría citar innumerables ejemplos que son sencillos de ver en la vida cotidiana, pues se reproducen dentro de nuestros propios hogares, aún hoy en pleno siglo XXI. Cuantas veces no escuchamos frases como: los hombres no lloran; eso son cosas de niñas(os), etc. ¿Dónde esta, ahora mismo la línea divisoria entre lo que define a una mujer o a un hombre como integrante de la sociedad? ¿Porqué continuar reproduciendo patrones que en este momento carecen de cualquier sentido? La mujer moderna ha demostrado tener la capacidad para desarrollarse como ser social activo igual que el hombre, incluso más, pues a ella se le exige ser excepcional. Sin embargo mientras pensaba a qué dedicar específicamente este trabajo vino a mi mente una institución que mantuvo, mantiene y mantendrá diferencias entre ambos sexos: la Iglesia.
¿Por qué no puede una mujer ser sacerdote? No existe ninguna base bíblica que limite a los individuos el ejercicio del sacerdocio y por tanto la ordenación de las mujeres, así que estamos hablando de una tradición que revela la innegable influencia de los prejuicios desfavorables a las mujeres o de interpretaciones interesadas de quienes se han reservado el liderazgo. A continuación trataré de explicar los planteamientos anteriores.
Según investigaciones de Lavinia Byrne (miembro de la Orden de la Sagrada Virgen María y secretaria asociada de la Comunidad de Mujeres y Hombres de la Iglesia para el Consejo de Iglesias de la Gran Bretaña e Irlanda), el sistema actual se basa en dos premisas teológicas. Una de ellas se fundamenta en las Escrituras y señala que Jesús eligió a mujeres como discípulas y a hombres como apóstoles, estableciéndose desde entonces una división sexista. La otra se fundamenta en el ordenamiento simbólico de la realidad, es decir, Dios envió a su hijo al mundo y con ello establece una cadena de mando masculino que sigue hasta nuestros días.
Sin embargo la Iglesia se ha adecuado a los nuevos tiempos, a las condiciones concretas de la contemporaneidad en muchos aspectos, por ejemplo la misa pasó de latín a lengua vernácula, han reajustado su teoría de la creación teniendo en cuenta la incuestionable veracidad de la ciencia. Entonces, porqué no se pueden transformar también otras normas que llevarían a la mujer al liderazgo eclesiástico.
Si bien es cierto que son siglos de lo que podríamos llamar hegemonía masculina aceptada, ahora es lógico que las mujeres y también los hombres se den cuenta que un reparto de papeles basado en el sexo infantiliza la sexualidad femenina. Las religiosas actúales de la mayoría de las congregaciones, tienen, según me he informado, más responsabilidades que la figura del cura propiamente dicha, pues este se encarga del cuidado espiritual y ellas de los problemas concretos de una determinada comunidad: pobreza, enfermedad, abandono, marginalidad y además orientan espiritualmente, por lo que no es difícil darse cuenta que capacidad sobra y que la misma es reconocida.
Hace cuatro décadas atrás a las religiosas se les dio una idea sutil de igualdad. A partir del Concilio Vaticano II se les concedió mayor participación, que solo quedó en eso, más trabajo, más compromiso por parte de ellas. Hoy, cuarenta años después, cuando miles de feministas religiosas piden la total equidad dentro de la Iglesia, ellas siguen asumiendo, pero no conformándose con el papel que les han impuesto, sin atreverme a cuestionar su vocación.
Las monjas contemporáneas cubanas e imagino que las del resto del mundo se enfrentan a estereotipos propios del desconocimiento y la falta de fe de los tiempos actuales por parte de una sociedad que le cuesta entender lo que se distancia de su realidad objetiva, se les tilda de reprimidas, homosexuales. Además tienen que soportar no solo la violencia externa (refiriéndome a población laica y/o no católica) de la que son víctimas, sino también la discriminación dentro de su medio.
Las mujeres deseamos ser más valoradas, pues eso significa, entre otras cosas, tener poder: no ser discriminadas, no vivir en un mundo enteramente configurado por voluntades ajenas, cuyos intereses nos son extraños, y hasta hostiles. Vivir en un mundo en que todas y todos convivamos como iguales, sin espacios delimitados en función de algo tan irrelevante a estos tiempos como es la pertenencia a un sexo determinado.
La lucha de las religiosas por alcanzar el sacerdocio es solo un reflejo de un fenómeno macro, actual y palpable. Es la lucha de todas las mujeres por alcanzar la igualdad total, eliminar cualquier tipo de discriminación, suprimir estereotipos que hoy no tienen el menor sentido. La mujer ha demostrado que no fue excéntrica cuando quiso hacer cosas exclusivas de los hombres sino valiente, capaz de lograr un estado de vida, educación y derechos iguales a los de un hombre.
sábado, 10 de enero de 2009
¿Cayó Eva o la empujaron?
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