Por Olivia Valdés Estudiante de cuarto año de historia de la Universidad de La Habana
Las relaciones de género han estado condicionadas por el diseño de los roles asignados al hombre y a la mujer, determinando en cada caso las actitudes correspondientes a uno y a otro en diversos planos de la vida. En estos diseños se dejaron bien claros lo que era moralidad femenina y lo que era la masculina; ambas completamente diferentes y opuestas, en donde el hombre siempre va a tener la superioridad.
Estos roles se establecieron por las instituciones de poder; dígase: el Estado; la Iglesia y por supuesto la familia; las cuales definen lo que es correcto y lo que es incorrecto; y que ha seguido siendo reproducido a lo largo de los siglos; todo sobre la base de una sociedad patriarcal, la cual toca cada uno de los puntos de la vida material y espiritual.
Para las mujeres se asociaron cualidades referentes a la belleza física, la gracia, la suavidad, la dulzura y sobre todo la integridad moral. Esta última resultante de mitos como la virginidad y la castidad si se rompían estos mitos estaban condenadas en el peor de los casos a pasar el resto de sus días acogidas a la vida religiosa. Por otra parte las mujeres que cumplían todas estas cualidades sobre todo las de clase alta llegaban a uniones consensuales con hombres de buena posición y así formaban su familia.
Un fenómeno que siempre ha sido asociado a la mujer y la ha degradado es el de la prostitución. Esta era la tercera posibilidad que tenían en la vida, las otras dos serian el matrimonio o la entrega a la vida religiosa como hemos visto antes. Las mujeres que se dedicaban a la prostitución eran mal vistas en la sociedad; “las perdidas”; era lo mas bajo que podía ser una mujer.
Para los hombres enfrentarse a la vida fue mas fácil; eran los cabezas de familias; eran más importantes por el simple hecho de ser varones. Una persona masculina debía ser dominante, conquistador, los que atienden los negocios y manipulan el dinero.
Esta superioridad masculina llevo poco a poco a que no se viera mal la infidelidad en los hombres y se fue haciendo esta una cualidad en ellos. Los de buena posición era normal verlos manteniendo relaciones amorosas fuera de su matrimonio, a las cuales se les garantizaba una casa y sostén económico; ellos no eran mal vistos por la sociedad, vivían fácilmente su doble vida sin que esto afectara su hombría y su integridad. Por otra parte frecuentemente visitaban prostíbulos para satisfacer sus placeres, con lo cual no se deterioraba su moral como a las mujeres; con ellos sucedía todo lo contrario; se acentuaba su hombría y su virilidad.
Como en los roles asignados a la mujer no estaba el luchar con un arma en la mano; en tiempos bélicos estas permanecían en sus casas rezando por que sus esposos no perdieran la vida en la lucha, cosiendo uniformes o cuidando a los niños; mientras que los hombres daban su vida por una causa justa. Pero aquí también les eran infieles; ya que en cualquier lugar donde haya hombres, van a haber prostitutas; para satisfacer las necesidades de estos hombres.
Esto se mantuvo así por varios siglos y era un problema mundial. A la altura del siglo XX se comenzó a proclamar la equidad de sexos; se desarrollo un fuerte movimiento feminista que lucha por la igualdad de la mujer y su lugar en la sociedad. Esta es una lucha que llega al siglo XXI y en donde nos damos cuenta que no se ha interiorizado este reclamo y que las mujeres siguen siendo tratadas como inferiores, sobre todo en el tema de la fidelidad.
Vivimos en un mundo en el cual existen a esta altura hombres que tienen un harén con más de seis mujeres. Países en los cuales es permitido tener dos mujeres siempre y cuando se les pueda mantener. Un mundo en donde indiscutiblemente continúa la supremacía masculina.
Los hombres muchas veces viven una doble vida, al igual que siglos atrás. Cuando hay reunión de amigos puede tirar una “canita al aire”, y que elogiado es por todos los hombres y pasa a ser “el bárbaro”; “el animal”.
En cambio una mujer no puede tener una doble vida; o tirar su “canita al aire”; enseguida comienzan los comentarios a su alrededor, se le define como a una “puta”.
Continúa la mujer en la actualidad siendo mal vista cuando por los motivos que sea se dedica a la prostitución, se degrada su moral y su integridad, y no es respetada ni por sus amistades. Pero el hombre actual sigue frecuentando y pagando putas; y al otro día se lo cuenta a todos sus amigotes y así el marcador de su hombría llega al 100%.
En conclusión, el hombre a lo largo de los siglos y dado por los cánones de la sociedad patriarcal, se ha acostumbrado a hacer lo que quiera sin ser mal visto; se ha convertido en una persona infiel, sin que esto sea un problema para el. Quiere decir que seguimos viviendo en una sociedad retrograda en la cual continúa la supremacía del hombre. Por eso me parece que la masculinidad es sinónimo de infidelidad.
sábado, 10 de enero de 2009
Masculinidades = Infidelidad
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