,Por Gisela Beatriz Cancio Antón Estudiante de cuarto año de historia de la Universidad de La Habana
De niña me enseñaron a estar limpia y bonita siempre, correr mucho no, tener cuidado era la máxima en cualquier momento, y sobre todo con tropezar y caerme pues una marca en mis piernas sería fatal ¡Que feo se vería! Una niña siempre debe tratar de estar impecable, y en todos los sentidos, lo escuchaba una y otra vez de todas partes. Jugar con los varones, con el sexo opuesto a nosotras, claro esto lo supe después, pues tan solo los veía diferentes, toscos, que sí podían correr sin importar cuantas caídas y marcas tuviesen, que si podían ensuciarse, despeinarse, sentarse en el piso. Jugar con ellos era algo muy similar a hacer de un papá y una mamá, por su parte el hacia algún arreglo de carpintería o de otra índole, yo mientras cocinaba, atendía a los niños u ordenaba alguna cosa. Hacíamos las tareas de cualquier hogar, más tarde supe que esto era lo que denominaba mi madre por quehaceres, que al final son uno de los elementos que componen el rol de cada uno, hombre y mujer dentro de una sociedad patriarcal como lo nuestra. Al jugar a las casitas el real dominio era mío pero, no obstante, el podía compartir conmigo y jugar también. Sin embargo, no ocurrió nunca así con los juegos donde él poseía el dominio absoluto: las bolas, el trompo, la pelota, las carriolas loma abajo ¡Ni soñar Que yo estuviera ahí! En primer lugar porque él no quería que compartiese con sus amigos, pues yo soy niña. En segundo lugar como iba a ir si eso implicaba caídas, suciedad, toda una locura. No obstante había juegos que compartíamos como los escondidos; pero por lo general tenía que volver a mi casa de muñecas, cuquitas, o yakis y vale decir que no con desgano, tristeza o como si fuesen mis únicas opciones, sino con alegría pues me encantaba. Lo que si no entendía era porque yo si lo podía insertar en mis juegos sin que me diera vergüenza que mis amigas lo vieran y yo no podía de igual manera insertarme en los de él.
Cuando estábamos en la escuela y practicábamos deporte como el nado sincronizado o la natación, ellos tan solo el segundo, jugábamos a la sirenita y el tiburón. Éste consistía en que los varones nos escogían cautelosamente y atacaban con toda una táctica bien desarrollada y cuando menos te lo esperabas, ¡boom! Ahí estaban ellos y nosotras esperábamos, nadábamos intentando huir pero al final ellos nos capturaban, era súper divertido. Hoy mirándolo desde otra óptica, observo que ocurre algo muy semejante con respecto a las relaciones entre un hombre y una mujer. Esperamos que ustedes nos enamoren, nos inviten a salir, nos traigan flores, cosas que a la verdad son bellas y nos gustan; pero la mayoría de las mujeres no nos atrevemos a romper la línea la cual nos frena a poder invitarlos así sea parar conversar o porque yo misma pido algo
inferior a lo que aspiro. Una amiga me dijo un día: “Pide grande y lo más probable es que lo que solicites te lo den por debajo, si pides pequeño te lo darán así o incluso por debajo también”. Nada, simplemente lo hago porque respondo para lo que me han formado y cómo no hacerlo si es lo que he aprendido toda mi vida. También nos divertíamos con los juegos de pelota, donde cada uno iba por su parte. Mas ocurría algo siempre que ahora que lo veo desde una mirada lejana tanto en el tiempo como en mi propia experiencia (pues fue hace varios años): el hecho de que cuando jugaban los varones nosotras estábamos de espectadoras y a la vez esperábamos nuestro turno. Si ellos llegaban y nosotras jugábamos, todo se terminaba enseguida pues ellos tenían e iban a jugar ¿por qué no protestar? No sé porque no lo hacíamos.
Al final de todas las prohibiciones yo también me caí, tengo marcas en las piernas, también me senté en el piso, incluso con las más lindas batas, también jugué al trompo aunque sinceramente nunca pude cogerlo en movimiento con la mano.
Con el tiempo las diferencias aumentaron. Para los hombres es conocido a gran escala, al menos en nuestro país, que el tener muchas novias es algo muy positivo para su vida varonil. Pueden llegar a la casa luego de una fiesta u otra actividad a la hora que deseen, venir solos o acompañados. Las mujeres no, el tener muchas parejas implica ser una cualquiera, desde pequeña oía esto y nunca en tal frase despectiva cabía alguna preocupación por el porqué de estas mujeres hacerlo, solo el No rotundo. Siempre con una hora para llegar y claro está, nada de venir sola. (Por supuesto esto es en dependencia del tipo de familia para ambos casos).
Desde que uno nace la sociedad no hace más que marcar y remarcar las diferencias entre el hombre y la mujer. Todo gira en cuanto a las divergencias de uno y otro, nos educan, nos dan modelos a seguir, nos trazan líneas e imponen lo que cada cual debe ser, moldeando los gustos, preferencias, características, entre otros. En líneas generales nos forman de tal manera que la mujer debe ser siempre fina, sensible, educada, etc. Mientras el hombre rudo, insensible hasta los tuétanos, crece escuchando que no puede llorar, que es de débiles el hacerlo. Que absurdo el plantear esto si para nada afecta la virilidad o no de ellos. Lo que si es acertado es lo importante que es la educación en la niñez de todos, pues es donde se forma la personalidad, los gustos y los principios por donde nos regiremos. Lo que se nos enseña de niños nos marca para siempre y es la causa por la cual luego cada uno: hombre y mujer responden en la manera en lo se han formado. Al imprimir tanta importancia en nuestras diferencias, nos distancian mucho y de esa manera, nosotras las mujeres quedamos en un lugar totalmente excluyente en todas las áreas. El hecho que seamos diferentes no quiere decir que exista discriminación. Sé que lo soy , es algo evidente, pero no por eso somos menos o más inteligentes, menos fuertes o más capaces, con menos o con más derechos, somos simplemente: Mujeres, así como ustedes son simplemente: Hombres, y ahí radica nuestra riqueza, en que somos diferentes.
sábado, 10 de enero de 2009
“Diferentes”
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