Por LAURA ELENA ÁLVAREZ RODRÍGUEZ. Estudiante de cuarto año de historia de la Universidad de La Habana
Tengo veintiún años, soy mujer y vivo en Consolación del Sur, un pueblo de la provincia de Pinar del Río, de unos 88 mil habitantes con un casco urbano bastante amplio para ser considerado rural. Sin embargo, más allá de la infraestructura, nivel educacional y medios de vida, es la mentalidad patriarcal y arcaica de sus pobladores la que podría ubicar al “violento condado” como escenario de cualquier película de acción holliwoodense de los sábados.
La violencia aquí, como en cualquier lugar, tiene muchas formas de manifestarse. Desde la maestra de la escuela primaria que exige a un niño de cinco años que hable duro como los machos, hasta los crímenes múltiples de tipo pasional ( si es que no concuerdan conmigo en que la primera es causa de la segunda). En todos los aspectos de la vida cotidiana se hace uso y abuso del poder que cada ser social tiene sobre otro, en aras de aferrarse a modos de vida que ya no son compatibles con las dinámicas sociales del siglo XXI.
En función de mantener a la familia unida, de preservar la moral y el respeto que ésta ha conquistado entre las demás, se incurre de forma tácita o abierta, en constantes limitaciones a la libertad de hacer de cada ser humano, lo que más le plazca con su vida. En esta punto, acotaría mi papá –sí, todo el mundo puede hacer lo que guste, siempre que no afecte a los demás-. Pero es que la medida en que “los demás” se sienten “afectados” es impresionantemente abarcadora. Los tabúes, prejuicios y criterios anacrónicos de lo que es la buena conducta, matizan con todas las tonalidades del gris, vidas absolutamente insípidas, generación tras generación.
El caso de la mujer, como se sobreentiende, viene a ser de los más complejos en el esquema social de vida que se diseña desde edades bien tempranas: mujer-débil, respeta a hombre-fuerte que la protege. Los roles que ocupa en el plano profesional son los más diversos, desde los cargos de dirección de cualquier empresa con grandes responsabilidades, hasta obrera agrícola de largas y extenuantes jornadas de trabajo; a pesar de ello en el hogar las funciones que desempeña son las mismas que en los tiempos en que solo era ama de casa.
Sin embargo no es a este plano visible sobre el que me gustaría arrojar un poco de luz. Y es que supongamos que al llegar del trabajo, Neyda mi vecina, se encuentre un día la casa limpia y la comida hecha por su esposo. Pensaríamos que el problema se solucionó y no es así. La experiencia en Consolación del Sur ha demostrado que son varias las cuestiones en que el hombre está dispuesto a transigir, como ésta de los roles domésticos. Por fregar este señor no considera a su esposa igual a él. Si otro día Neyda llega tarde del trabajo y a su esposo alguien le gritó por casualidad en el estadio de pelota: cabrón, cuando se ponchó; no harán falta más razones para una buena discusión pensarán ustedes, pues para que la mate a puñaladas, les aseguro yo.
Mi certeza frente a este caso hipotético se basa simplemente en las estadísticas. Los casos de uso de la violencia extrema por parte del hombre, para salvar la hombría que su medio le ha construido, son abundantes. Desafortunadamente las fuentes oficiales del municipio, no me autorizaron a citarlas como evidencias de estos datos de hechos de sangre, que extraoficialmente me permitieron consultar. Un estudio comparativo durante la última década sería muy interesante. Por ahora debemos conformarnos con saber que los hechos de sangre aumentaron sustancialmente del año 2007 al 2008. Los acontecidos entre hombres con pérdida de la vida de alguno de ellos, aventajan a los ocurridos entre hombre-mujer en muy poco, siendo las últimas las víctimas fatales en todos los casos. Los móviles para la incidencia de asesinatos y homicidios por parte de los hombres hacia las mujeres, son cuestiones pasionales en la casi totalidad de los hechos. ¿Quiénes son los responsables de esta situación? ¿En qué factores radica su solución? En todos diría yo, comenzando por la maestra que no puede reprimir a un niño por su tono de voz. Y sobre todo en la familia como primera y fundamental institución productora de valores y conductas. Responsable máxima de combatir estas tendencias de las que todos somos víctimas y a las que todos con el silencio contribuimos.
Y no es mi crítica un llamado a la rebelión, ni a la subversión de la totalidad de los valores que en seno de estas familias se inculcan a sus miembros. Nadie mejor que la autora de estas líneas los sabría valorar, puesto que formo parte de una de ellas. Llamo a la posibilidad de elección, de realización en el plano personal como meta de cada grupo para sus integrantes. Posiblemente este señor no quería matar, pero prefiere ser un asesino a cargar con el estigma de “no ser hombre”.
Es difícil romper con los cánones tan fuertemente arraigados, pero repito que no llamo a la ruptura, sino al avance a través de preservar un equilibrio entre las viejas y las nuevas formas de modo que la familia, la escuela y la sociedad toda produzcan individuos más libres de hacer, de construir en lugar de matar.
Por último quisiera hacer también un llamado a los medios masivos de comunicación que por omitir estos problemas dan la sensación de que no existen. Ignorarlos lejos está de ser la solución para resolver
sábado, 10 de enero de 2009
Del rosado al rojo, solo un paso.
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