por Rubén Javier Pérez Busquets Estudiante de cuarto año de historia de la Universidad de La Habana
La comida y la dieta humana siempre han sido motivo de pugnas entre géneros. Desde tiempos remotos los hombres se dedicaron a cazar mientras las mujeres se encargaban de la elaboración de los alimentos. El hombre a través de la historia siempre ha estado muy ocupado haciendo política, inmerso en continuas guerras o filosofando. Con tan poco tiempo libre es difícil darse cuenta cuándo es que dormían, iban al baño o en que tiempo comían. Resulta difícil creer que sin una buena alimentación, el hombre, hubiese logrado tantas hazañas o generado tan buenas ideas –al menos que fuera un gran asceta o Mahatma Gandhi, político y pensador hindú que fue famoso por sus ayunos.
Por otro lado, la mujer, a la que la historia ha deparado el injusto papel de “máquinas de producción de hombres”, goza de “mayor cantidad de tiempo para dedicarlo a la cocina”. ¿Será que la mujer tiene mejor mano para la cocina? Si es así, entonces, ¿Por qué los mejores chefs de cocina son hombres? ¿Cómo es que las mujeres que, supuestamente, pasan su vida cocinando nunca llegan a alcanzar la categoría de algunos hombres? No cabe duda que esto se debe al machismo tan impregnado en la sociedad. Es muy difícil que un restaurante de primera categoría tenga una chef, tal como si las mujeres no tuvieran suficiente calidad culinaria, esto se debe a que dichos restaurantes juegan con el marketing y la promoción. Muchos pueden pensar que resulta mucho más exótica una comida preparada por hombres, ya que desde siempre, la mujer ha sido conocida como “la dueña de la cocina”. Por otra parte, como “el que manda en la casa es el hombre”, este no parece darse cuenta que la cocina también forma parte de la casa.
Casi siempre el hombre se refugia en su enmascarada ineptitud para escabullirse de las labores que conciernen a la cocina. El hombre es o se hace el torpe, el despilfarrador y el incapaz en la cocina para que la mujer se compadezca y termine ella cocinando. A veces es la propia mujer la que no quiere soltar la cocina porque se siente inferior al hombre y quiere demostrar que en algo es mejor que este. En realidad creo que caen en una trampa impuesta por el mismo hombre pues a él le puede molestar o resultar incómodo que una mujer sea mejor manejando pero no creo le incomode la supremacía de esta en la cocina.
La sociedad también juega un papel muy importante en esta problemática, por ejemplo; una pareja en la cual los dos son perezosos, el hombre nunca será juzgado por no querer cocinar, por otro lado, la mujer sí, y será acusada de desatender a su cónyuge.
Otra situación que se puede observar es el hecho de que un hombre cuando va a comprar un televisor, un equipo de música o una computadora vaya a la tienda solo o acompañado de otro hombre que puede ser un familiar o un amigo, sin embargo cuando va a comprar una cocina, una batidora o una olla arrocera, casi siempre va en compañía de la mujer que lo va a usar.
Con la liberación y el nivel de independencia que ha alcanzado la mujer en las últimas décadas, se ha visto una menor atadura del sexo femenino a la cocina. La mujer trabaja en la calle y ya el hombre no tiene quien le prepare siempre la comida. Muchos hombres han encontrado una vía de escape con la comida rápida o pre elaborada, mientras que otros se han visto en la imperiosa necesidad de aprender a cocinar. La realidad es que el hombre tiene la misma capacidad física e intelectual que la mujer para cocinar como esta tiene también la posibilidad de realizar cualquier trabajo que el hombre haga. Es hora, no de que el hombre y la mujer se dividan el trabajo en la casa, sino que sean capaces de realizarlo juntos sin ningún tipo de complejos ni de limitaciones previamente impuestas por la sociedad. Que una mujer pueda poner un clavo en la pared o cambiar una tubería así como un hombre sea capaz de lavar o cocinar sin miedo a que su masculinidad sea puesta en duda o en el caso de ella, su femineidad.
sábado, 10 de enero de 2009
Cocina para dos
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