sábado, 18 de diciembre de 2010

Los lavanderos chinos en la Habana del siglo XX: paisajes urbanos, sociabilidades y memoria colectiva


Por Mario G. Castillo Santana
Miriam Herrera Jerez



Foto tomada por Julio César González Pagés
de la Calle Rayo en el actual barrio Chino
de la Habana






La perspectiva más habitual a la hora de estudiar las oleadas de
inmigrantes en las historias latinoamericanas ha sido la de tomar a estos
colectivos humanos como grupos homogéneos, compulsados a hacer un
aporte étnico-cultural al mejoramiento/mestizaje de las razas y las culturas
nacionales, como muestra máxima de integración, sobre todo en aquellas
sociedades americanas como Cuba, con fuertes conflictos raciales. Desde la
década de los 30 la antropología, la etnología y las historias nacionales,
entre otras ciencias sociales, se apropiaron y resignificaron un asunto que
en la memoria colectiva popular de los actores que vivieron esa época,
aparece bajo una perspectiva más dinámica y multifacética. Tal fenómeno
de desencuentro en los contenidos de las memorias históricas se debe en
gran medida a que los saberes académicos en América Latina asumieron la
función de promover y sostener con su prestigio los imaginarios
vinculados al mestizaje, la mezcla de razas y la homogeneización como
soporte básico de las unidades nacionales, en la época de las grandes
reformulaciones populistas de los Estados y los patrones culturales de las
sociedades.

A partir de aquí las mezclas raciales y los procesos de transculturación en
la alimentación, el lenguaje, el vestuario o la creación artística ocuparán la
máxima atención investigativa. Temas como, las estrategias de adaptación
de los inmigrantes, la relación de estas estrategias con los procesos por los
que atraviesan las ciudades, los mercados laborales, las sociabilidades, las
instituciones o los imaginarios de las sociedades en que se insertan estas
inmigraciones desaparecen de los programas de investigación. En este
texto indagaremos en los orígenes de los lavanderos chinos como grupo
ocupacional en América y su relación con la formación de la sociedad
norteamericana. Nos aproximaremos al proceso dentro del cual se hacen
visibles en la sociedad cubana y la lógica de su distribución espacial en la
dinámica urbana habanera, así como la trayectoria de cómo fueron
percibidos por distintos sectores sociales, sus redes de relaciones y sus
formas de sociabilidad, desde la situación existencial que implicó la
ocupación de lavandero a mano. Todo ello para poder reactivar, desde las
pequeñas voces, la memoria histórica de un pueblo constreñido, por los
grandes dilemas geopolíticos y poscoloniales del siglo XX, a aplazar
indefinidamente la reflexión colectiva y creadora en torno a cómo vivir
una vida cotidiana de manera diferente.

La formación de los EE.UU., la fiebre del oro y los orígenes de las
lavanderías chinas en América


El descubrimiento de grandes minas de oro en el oeste norteamericano
desencadenó el primer movimiento migratorio masivo desde una sociedad
oriental a una occidental. Para 1876 había en California cerca de 110 000
chinos, contabilizando el 25% de los habitantes no nacido en el Estado
(Hobsbawm, 1992) Los chinos trajeron consigo un espíritu emprendedor,
una capacidad de trabajo, un sofisticado y barato patrón alimentario que lo
plasmaron en el shop suei (“la exportación cultural mas poderosa del
Oriente” Hobsbawm,1992) y sobre todo una nueva sociabilidad, moldeada
por una tradición comunal y una notable sofisticación mercantil y dineraria,
propia de las provincias del sur de China, que con el colapso social e
institucional del Estado Imperial chino se desbordaría allende las costas
americanas.

California fue el primer laboratorio social de los emigrantes chinos fuera de
Asia, un sitio en el que confluyeron en busca de oro, junto a los chinos,
“turcos”, hindúes, indígenas americanos, chilenos, peruanos, mexicanos,
europeos de múltiples nacionalidades y norteamericanos del este, con un
marcado desequilibrio demográfico entre los géneros y una recia jerarquía
racial, donde los chinos ocupaban los escalones más bajos. A pesar de una
situación tan subordinada como la que vivieron los chinos en California,
desplegaron un exitoso estilo de emprendimiento laboral, que se hizo cada
vez más visible y reprochable por las sensibilidades occidentales a medida
que se evaporaba la fiebre del oro, comenzaban las grandes inversiones
ferrocarrileras, aumentando el flujo demográfico con población proveniente
de otras regiones de la unión americana y se hacía más patente la presencia
del Estado federal en el área.

En una época de difícil accesibilidad al oeste de Norteamérica y de baja
densidad demográfica, los trabajadores chinos fueron un factor clave en la
minería y en la expansión de los monopolios ferrocarrileros
norteamericanos a través de la construcción de líneas férreas hacia y desde
el oeste, pero los chinos abarataron el valor de la fuerza de trabajo hasta
limites no aceptables por el resto de las inmigraciones laborales a EE.UU.,
lo que condujo a duras tensiones enmarcadas en una interpretación del
conflicto a partir de la “incompatibilidad de razas”. Así, sólo en 1862
murieron linchados 88 chinos en los Estados del suroeste (G. Renique,
1998) y desde fines de la década del 70 en adelante comenzó a propagarse
en el imaginario social norteamericano el mito de Fu Man Shu, un
perverso médico chino, un peligro para la sociedad (occidental) decente…
Todo esto desembocará en las Leyes de Exclusión China de 1882 y a la
proliferación, en los campamentos temporales colindantes a la construcción
de las líneas del ferrocarril, en el medio oeste, de locales de lavanderías,
donde fusionaban trabajo con vivienda, cultura con economía. Frente a la
transformación del paisaje laboral y a las tensiones por el acceso a los
empleos en el mundo de la frontera oeste, los chinos comenzarán desde
fines del siglo XIX a insertarse en las grandes ciudades industriales del
noreste. La lavandería china en Norteamérica, es por tanto, producto de una
situación de exclusión y de conflictos raciales, constitutivos del proceso de
formación de la clase obrera norteamericana.

En medio de este periodo de gran tensión antichina en los EE.UU. se
producirá la segunda oleada migratoria china al continente, peculiar y
decisiva emigración de chinos adinerados, con una mentalidad
cosmopolita pragmática, un producto cultural nacido de la desintegración
social del Estado imperial chino y su sistema de valores. Estos nuevos
emigrantes, utilizando las redes y las experiencias de la primera
emigración, tomarán a EE.UU. desde las costas californianas, como punto
de tránsito, diseminándose por las principales ciudades latinoamericanas e
impulsando la formación de los barrios chinos del norte mexicano, de
Lima, de Panamá y el de La Habana. Esta nueva migración china
impulsará, ya no solo en EE.UU., la formación de una red socioeconómica
transnacional, donde la lavandería tendrá una notable presencia.

La abolición de la esclavitud y la reorientación de la presencia china en
Cuba


Cuba en la década del 80 del siglo XIX está marcada por la abolición de la
esclavitud y el proceso de emigración hacia las ciudades de una parte
importante de las poblaciones de las plantaciones cañeras y dentro de ellos,
de manera notable, los chinos, presentes en la isla desde 1847 con un status
jurídico laboral de contratados libres por 8 años, pero semiesclavizados en
la practica. Ellos trasladarán hacia los mercados laborales urbanos su
experiencia organizativa en las plantaciones, condensada en la cuadrilla de
trabajadores chinos, una formula laboral que, siendo funcional con la
dinámica laboral cañera, preservó en buena medida la autonomía laboral
china, dando lugar a una jerarquía interna personalizada en el jefe de
cuadrilla(D.Helly,1986), que negocia con su prestigio y capacidad de
liderazgo las condiciones de trabajo y de remuneración, condensándose en
esa figura un capital político y dinerario básico que, en alianza con los
chinos adinerados provenientes de California y sus prácticas empresariales,
en poco tiempo producirán un cambio en la percepción pública de los
chinos en los centros urbanos del país.

Si de alguna manera para la década del 80 del siglo XIX “los chinos se
echaron a perder”, en el decir de Esteban Montejo (M. Barnet,2003), podría
ser en el sentido de que desde esa época en adelante, los nuevos intereses
chinos que se estaban configurando en la isla, “hipnotizarían al público” no
ya con “todo tipo de murumacas y figuraciones en las fiestas, en los días
grandes de su religión(…)”, propio de los humildes chinos contratados,
sino a partir de reorientar, en sentido comercial, la avidez existente en la
isla por el exotismo oriental, hacia el consumo de mercancías y servicios
chinos.

De la información contenida en los Censos de la Republica de Cuba de
1899 y 1907 y los Directorios Comerciales se pueden inferir los efectos
ocupacionales de la transformación que se está produciendo entre los
chinos desde fines del siglo XIX. En el contexto de una tendencia
demográfica a la baja entre los chinos en la isla, de 8033 jornaleros
existentes en 1899 se reducirán a 4729 en 1907; de 2154 criados chinos en
1899 permanecerán en ese empleo 1664 para 1907; entre los tabaqueros en
el periodo señalado descenderán de 361 a 87(M. Herrera; M. Castillo,
2003) En contraste con estas ocupaciones, propias de la etapa de los
contratos onerosos, crecerán nuevas ocupaciones entre los chinos como
carboneros, jardineros, verduleros y particularmente las de vendedores
ambulantes, comerciantes importadores, dependientes y lavanderos.

Estos nuevos giros ocupacionales tendrán en común el hecho de que
implican la puesta en práctica en los ámbitos citadinos, tanto, de la red
organizativa de la cuadrilla como de los capitales acumulados por estos
líderes laborales, en alianza con los nuevos inmigrantes chinos venidos
desde California. Ya para los primeros años del siglo XX el almacén
mayorista, la bodega, la fonda, el puesto de fruta y la lavandería se
convertirán en los giros ocupacionales de mayor presencia china en las
ciudades de la isla.

Las lavanderías chinas en el entramado de los espacios habaneros

Dentro de este mundo laboral las lavanderías tendrán un sostenido
crecimiento entre 1910-1918; 1918-1927, periodos en que se duplican
constantemente en toda La Habana 1, según consta en la información de los excelentes directorios comerciales que la firma Schneer hizo en esos
periodos. Después de 1930 se hacen más escasos e irregulares este tipo de
fuentes y solo para 1954 se encuentra un Directorio comercial para La
Habana que contabiliza 130 lavanderías chinas. Un descenso que involucró
la desaparición de al menos 163 respecto al año de 1927, pero que aun en
medio de tal declive mantiene a los chinos como los virtuales
monopolizadores de ese giro en la Habana.1 Es que al contrario de lo que
pudiera pensarse hoy, las lavanderías chinas funcionaron siempre como un
negocio de servicios para la sociedad y no para la colonia china en si
misma

Lo que hoy componen los municipios de 10 de Octubre, Marianao y el
Cerro constituyeron hasta fines de los años 20 notables focos de fomento
industrial, que generaron significativos poblamientos urbanizadores En 10
de Octubre resaltaba la barriada de Luyanó con la existencia de
fundiciones, litografías, mataderos, plantas productoras de materiales de
construcción, de envases, muebles, jabonarías y licorerías. En Marianao,
desde fines del siglo XIX el poblado de Puentes Grandes había sido un sitio
privilegiado por los inversores debido a la energía hidráulica que producía
el curso del río Almendares, por lo que allí se ubicaron talleres productores
de papel, hielo, chocolates y otras confituras. Conectado por carretera a
Puentes Grandes, el oeste del Cerro fue sitio de emplazamiento de fábricas
pertenecientes a la Cervecera Internacional y la Cuba Cervecera. Por su
envergadura los contemporáneos las equiparaban con centrales azucareros,
por sus niveles de rentabilidad y por el número tan elevado de trabajadores
que empleaban. 2

En una medida considerable, las concentraciones de lavanderías chinas en
la ciudad coincidieron con los nodos industriales antes señalados y las
nuevas barriadas obreras asociados a estos núcleos productivos. Esta
coincidencia espacial es particularmente visible en 1927, penúltimo año
anterior a la devastadora crisis de 1929, pero a pesar de la decadencia
productiva de tales nodos industriales en La Habana, permaneció la
distribución espacial de las lavanderías chinas en la ciudad, aunque con una
inevitable tendencia a la baja, producto del envejecimiento demográfico de
la inmigración china en la isla.

El área que hoy contiene a los actuales municipios de Habana Vieja y
Centro Habana, fue el corazón cosmopolita popular y comercial de la
ciudad, un centro urbano donde convergían, en contradictorio torrente, en
el Parque de la Fraternidad las sedes del poder estatal del país y las
barridas de clase baja con más personalidad sociocultural en la ciudad
como Jesús María, Cayo Hueso, Los Sitios o el propio barrio chino, en
colindancia con activísimas arterias comerciales como Galiano y Reina.
Este complejo y dinámico ensamblamiento de clases y estratos sociales en
el espacio urbano era terreno propicio también para una oferta de servicios
como las lavanderías chinas, diseñadas para estratos ocupacionales y
socioculturalmente abiertos a una oferta como la china.

A otra realidad social nos remiten las estadísticas referidas a las áreas
urbanas enclavadas en los actuales municipios de Plaza, Guanabacoa y
Regla, las dos últimas separadas del resto de la ciudad por la bahía
habanera. Aquí los lavanderos chinos encontraron un formidable valladar
para ofertar sus servicios. En el caso de Plaza se puede explicar por la
naturaleza socio clasista de una gran barriada como El Vedado, sede de las
más poderosas clases medias y medias altas de la ciudad, con una
disposición de consumo probablemente más dirigida hacia las tintorerías.

Era esta una oferta diseñada para públicos de mayor nivel adquisitivo y
status social, equipadas con tecnología de avanzada en su momento, en una
época en que todavía las industrias no habían descubierto el universo de
mercado de los electrodomésticos y la reconversión del lavado y otras
actividades cotidianas en trabajo femenino domestico no remunerado.
Los casos de Guanabacoa y Regla se nos presentan con una atipicidad que
escapa a nuestros esquemas de análisis, pues contando con núcleos obreros
y en general con estratos poblacionales humildes, multirraciales similares a
los de Habana Vieja, Centro Habana y 10 de Octubre, las lavanderías
chinas sin embargo tuvieron muy diferente trayectoria en su presencia, lo
que podría explicarse si avanzaran en presencia y calidad las historias
locales.

Los lavanderos chinos en la memoria y los imaginarios

Simultáneo a la trayectoria de la distribución espacial de los lavanderos
chinos y sus establecimientos por la ciudad se puede rastrear la evolución
de las representaciones sociales sobre esos actores y sus espacios en el
imaginario de la sociedad cubana. En el libro Memorias de una cubanita
que nació con el siglo de Renée Méndez Capote, ya anciana en el
momento que escribe su autobiografía, recuerda de manera muy vívida y
cálida a los chinos que conoció en su niñez, a inicios del siglo XX.
Rememora a los verduleros ambulantes y sus cuidadas huertas en los
alrededores de la ciudad, a los chinos sederos “vestidos de dril crudo, con
corbata (…) uñas largas y pulidas, oliendo a perfume” (R. Méndez Capote,
1990) y con particular familiaridad nos cuenta: “teníamos un chino
lavandero, partidario de los tres principios del pueblo de China, gran
admirador de Sun Yat Sen y que además de su lavandería resultó que era
presidente de un banco chino. Estaba en Cuba desde antes de la guerra de
Independencia y sentía por mi padre y todos los mambises y ellos por él
una gran devoción (…) Después de la republica de Sun se marchó para su
tierra (…)” (R. Méndez Capote, 1990)

Es que a diferencia de los EE. UU., donde el antichinismo constituyó un
factor de articulación del Estado, en Cuba los chinos ocuparon, luego de su
destacada participación en la primera guerra por la independencia de la
isla, un lugar muy especial dentro del imaginario patriótico nacional, que
les valió un cálido tratamiento, no sólo a los chinos que radicaban en la
isla, sino a todo lo que remitiera a la cultura material y simbólica china.
Entre 1915 y 1937, aproximadamente se va producir una notable
transformación de la percpción de los chinos y lo chino en Cuba, al calor de
la nueva oleada migratoria que se va a radicar en la isla, particularmente en
La Habana.

Esta nueva oleada china a Cuba coincidió con el auge del paradigma
científico del higienismo, una perspectiva de análisis que le ofrecía nuevas
herramientas a los Estados para plantearse la administración y planificación
biopolítica de las sociedades. Las nuevas percepciones que generará este
enfoque se centrarán en el carácter antihigiénico de los establecimientos, la
apatía respecto a las problemáticas cubanas y de manera más general, la
baja calidad biosocial el aporte e los chinos la nacionalidad cubana. Más
allá de si son pertinentes o no tales apreciaciones, estas marcaron un punto
de inflexión en la forma en que se socializaron, desde sectores del campo
intelectual y los medios oficiosos de opinión publica, visiones sobre el
lugar de los chinos en la nacionalidad cubana.

En tal contexto, entre los escritores cubanos de este periodo se producirán
dos obras literarias que, abordarán a los chinos lavanderos. Uno es Antonio
Ortega con su cuento “El chino olvidado” 3 y el otro es Jorge Mañach en su libro Estampas de San Cristóbal de La Habana. Ambos autores se harán
eco, con registros diferentes, de las mismas animosidades y perplejidades
que embargaron a la sociedad habanera de este periodo frente a los chinos y
específicamente los lavanderos.

En “El chino olvidado”, Antonio, un planchador de una lavandería, en una
tarde de mucho calor fue sorprendido por un policía planchando en
camiseta y este lo denunció, fue detenido y conducido al Vivac del
Departamento de Inmigración, para ser deportado a China: “(…)estaba
condenado a ser expulsado del país pero no había fondos para
reembarcarlo a Cantón, su punto de origen, y por otra parte Cantón se
hallaba en poder de los japoneses, en todo el mundo ardía la guerra. El
consulado de China no sabía nada de aquel sujeto, ni figuraba en sus
listas…” “Su caso sólo se podía resolver con la muerte…”, como
finalmente ocurre con el chino Antonio en medio de delirios afiebrados y la
mayor desolación.

El texto “Los chinos” de Jorge Mañach, forma parte de una serie de
crónicas cortas escritas alrededor de 1925 en torno a lugares, figuras y
costumbres de La Habana de esa época. Dentro de ese paisaje social
Mañach fija su mirada en los lavanderos chinos, y parafraseándolo, los
juzga como seres extraños, particularmente reservados y misteriosos. Sobre
ellos no sabemos casi nada, pero a ellos les confiamos a través de nuestras
ropas delicadas intimidades…

Si en el texto de Jorge Mañach está recogido parte de lo que se pensaba
sobre los chinos lavanderos, en el de Antonio Ortega está lo que se podía
hacer con ellos, con el aire de normalidad que otorga la legislación oficial
vigente en una época y, más aún, el acuerdo tácito de buena parte de la
sociedad. Resulta llamativo el hecho de que lo poco que escribieron los
3 Ver: Los mejores cuentos cubanos del siglo XX. Imprenta Nacional de Cuba. 1961
literatos cubanos sobre los chinos en Cuba en el siglo XX esté referido
explícitamente a los lavanderos y no a otro grupo socio ocupacional chino,
lo que reafirma la pertinencia de la inquietante paradoja sobre la familiar
lejanía del chino lavandero que sugiere Mañach en su texto y el lugar
especial que ocuparon en el imaginario y la vida pública de La Habana.

De 1929 es un influyente texto del prestigioso director del Departamento
de Sanidad Jorge Le Roy y Cassá que llevó por titulo Inmigración
Antisanitaria, el cual identificaba a las lavanderías chinas como “focos de
tuberculosis” y proponía un plan de saneamiento público donde podían
quedar en suspenso muchísimos establecimientos chinos, incluso el barrio
chino mismo. En contraste con estas posiciones oficiosas, se pueden
encontrar historias de vida que evidencian un entramado de relaciones
menos dicotómico y estereotipado de lo que quisieron ver los escritores e
higienistas.

Una foto como la que conserva Gertrudis Gómez, una bailarina cubana del
teatro chino, de cuando su época juvenil, posando en el patio de una
lavandería china, frente al tambor donde se conservaban las piedras de
carbón con que se calentaban las planchas de hierro, puede mostrarnos la
precariedad material y tecnológica en que se desenvolvía el trabajo y la
vida de los lavanderos chinos, pero también la capacidad que desarrollaron
para generar redes de sociabilidad y de confianza, más allá de los
estereotipos que sobre ellos se construyeron en el período que va entre
1915 y 1937 aproximadamente.

A pesar de ser tales establecimientos espacios eminentemente masculinos,
no es extraordinario encontrar en la historia de vida de jóvenes habaneras
de estratos sociales muy humildes, hoy ya ancianas, remembranzas de su
juventud trabajando en momentos determinados de sus vidas en
lavanderías chinas. Yolanda Rodríguez La Guardia, abuela del autor de este
texto recuerda con cariño el trato respetuoso y considerado que
establecieron los lavanderos chinos con ella y su amiga, luego su comadre,
Migdalia en el tiempo que trabajaron en la lavandería china de Estévez y
Monte, en el barrio de El Pilar del Cerro, a mediados de la década del 40.
Aquel establecimiento era el único de su tipo en muchas manzanas a la
redonda y en determinadas épocas del año, los lavanderos chinos no daban
a vasto solos para la demanda que se les presentaba, donde se podían
encontrar, ropas de hombres, de mujer, de niños y ropa interior incluida.

Era en esas circunstancias en que las jóvenes cubanas eran contratadas
fundamentalmente en función del planchado con planchas al carbón, como
lo confirma el lugar donde Gertrudis se toma la foto en la lavandería.
Juana Chiu, una de las pocas inmigrantes chinas venidas a Cuba en la
década del 50 del siglo XX, hoy vecina del barrio de Coco Solo en
Marianao, nos decía en una escueta conversación, con su lenguaje marcado
por los giros de su indeleble cantonés “yo no conocí a ningún chino que
quisiera hacer su vida en un tren de lavado antes de ponerse a trabajar ahí.
El tren (de lavado) era una piedra en el camino que se le metía (a los
chinos) en el zapato.” Es que las lavanderías históricamente fueron lugares
nada agradables en si mismos, colmados de humedad, hacinados, envueltos
en emanaciones tóxicas, donde se recibía ropa de disímiles procedencias.

La circunstancia de ser un lavandero chino

¿Que motivaciones moverían a tantos inmigrantes chinos a trabajar y
mantenerse por tanto tiempo en un espacio laboral como este? En la
lacónica respuesta de la china Juana hay una clave importante para
responder a esta pregunta. La lavandería no era una opción ocupacional
deseada por ningún chino previo al arribo a Cuba.

El nivel de desintegración social en que debió sumirse China en las primeras décadas
del siglo XX movió de sus lugares de orígenes, a cientos de miles de
individuos, muchos de manera definitiva, que por sólo sostener una
existencia mínimamente organizada, en torno a un trabajo y un lugar donde
cobijarse, con un sistema de gastos colectivos y acumular unos ahorros, con
la esperanza de hacer o rehacer una familia y tener hijos, volver a China o
simplemente sostener a la familia dejada en el continente, podían ser
razones de peso para trabajar muchos años en estos establecimientos. La
dialéctica entre las tácticas de la vida cotidiana y las estrategias de los
proyectos de vida podían adquirir matices conmovedores… 4

Tal vez entre los atractivos más fuertes que debieron poseer las
lavanderías estuvieron el hecho de ser empresas de pequeños colectivos
poco jerarquizados, con pocas tensiones internas derivadas de la
competencia individual, un espacio particularmente favorable para
reproducir la lógica y el tempo comunal ancestral. Por otro lado no habría
que invertir mucho capital inicial para participar en esta empresa, que
implicaba un trabajo agotador, pero bastante seguro en un contexto de
precarización del mercado laboral habanero entre 1930 y 1950.

Lo que desde ciertas miradas externas y occidentalistas cubanas parece ser
una simple acción de vegetar, con toda la carga peyorativa que contiene
este término en la jerga de las visiones higienistas de los Departamentos de
Sanidad de la época, desde el punto de vista de los propios chinos, el
trabajo en la lavandería era una posibilidad y un espacio desde donde era
posible la reinvención de normas de convivencia colectivas como las
redes solidarias y familiares clánicas, sostén afectivo ante el desajuste
existencial, a la vez que se ofrecía un servicio a la sociedad que se inserta
en los puntos neurálgicos de la ciudad.

La voluntad de los lavanderos chinos por organizarse como colectivo y
estar en sintonía con la dinámica de la sociedad cubana, se evidenció a
inicios de septiembre de 1933, cuando crean la Asociación de Lavanderos
Chinos, en un momento de extraordinario auge asociativo de un país que
tan sólo un mes antes se había librado de la férrea dictadura de Gerardo
Machado, el decepcionante caudillo liberal, que muchos chinos, como
tantos cubanos apoyaron en su campaña presidencial de 1924. Esta
asociación logró constituir su local social en la calle Dragones no. 354 y en el registro de asociados de 1955 contaba aún con 230 miembros,
sobreviviendo hasta bien entrada la década del 60.5

La Habana constituyó el lugar por excelencia en Cuba para el
establecimiento de las lavanderías chinas, monopolizando casi totalmente
el servicio de lavado a mano en la ciudad, constituyendo el sector, junto a
los puestos de frutas, donde los chinos alcanzaron mayor presencia. Desde
la perspectiva comparativa con México y Perú, otros de los países
latinoamericanos con gran presencia china, es más visible aun el éxito
rotundo de las lavanderías chinas en La Habana, pues en los años 30 las
lavanderías a mano en Lima ocupaban el sexto lugar dentro de los giros
donde invertían los chinos 6, mientras que en el norte de México, escenario de la mayor concentración de la presencia china en ese país, en el año 1931
las inversiones de chinos en lavanderías ocupaban el décimo lugar en
ciudades como Mexicali, el cuarto lugar en Tijuana y el sexto lugar en
Ensenada.7 Si en Baja California las lavanderías chinas fueron una masiva novedad en los sectores populares pero de carácter efímera, a principios de
los años 20, en la capital de Cuba, por las manos chinas pasaron durante
muchos años buena parte de la intimidad de los habaneros.

Los lavanderos chinos en La Habana crearon un nicho de mercado que se
nutrió, por una parte, de un persistente imaginario patriótico en el que “no
hubo un chino traidor, no hubo un chino desertor”, enriquecido por un
prestigio moral frente a los sectores populares, que muy poco varió a pesar
de los discursos higienistas en boga en la época. Por otro lado, a la luz de la
comparación con México y Perú sale a relucir, la presencia de unos
patrones de comportamientos privados femeninos y de unas exigencias
masculinas, al parecer menos reticentes en Cuba a ofertas de servicios
como las lavanderías chinas que trastocaban de alguna forma la
temporalidad domestica femenina y mas aun los bordes entre lo publico y
lo privado, lo cual tiene su correlato en el vanguardista movimiento
feminista cubano de la primera mitad del siglo XX.

A pesar de las variaciones en la trayectoria de cómo fueron percibidos los
chinos en Cuba y particularmente los lavanderos por distintos estratos de
la opinión publica en La Habana, lo que está fuera de dudas es el lugar
especial que disfrutaron dentro de la red de servicios y comercio urbano en
aquellos sitios de la ciudad donde podían establecerse. Las lavanderías
chinas, las tintorerías, las bodegas, las carnicerías, las ferreterías o los
puestos de fruta conformaron en su conjunto una red de ofertas que
reprodujo en lo más intimo de la vida cotidiana, tanto el status neocolonial
global en que se reprodujo la sociedad cubana hasta 1959, como el
entramado superpuesto y conflictivo de clases sociales, razas y estilos de
vida correspondientes, en lo más profundo de los barrios habaneros.

Citas y notas:


1- Para ver este proceso relacionado con la recreación en un nuevo contexto de los patrones de sociabilidad clánica, ver De la memoria a la vida publica. Identidades, espacios y jerarquías de loschinos en la Habana republicana
(1902-1968) Miriam Herrera Jerez y Mario G. Castillo. Centro deinvestigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, 2003

2- Las industrias menores: empresarios y empresas en Cuba (1880- 1920) Maria A. Marques Dolz.Editora Política, La Habana, 2002

3- Ver: Los mejores cuentos cubanos del siglo XX. Imprenta Nacional de Cuba. 1961

4- La época en que todavía era posible entrevistar a chinos lavanderos y de otrosgiros ocupacionales en La Habana tal vez haya pasado, quizás definitivamente.Cuando se podían hacer tales pesquisas no eran un asunto de interés para losinvestigadores sociales. A nivel de toda América sólo conocemos una indagación entorno a la vida de los lavanderos: The chinese laundry man. A study of socialisolation. (“El lavandero chino. Estudio de un aislamiento social”), escrito en 1953 por Paul Chang Pang Siu, , para su tesis de doctorado en la Escuela de Sociología de la Universidad de Chicago, a partir de sus experiencias y relaciones sociales como descendiente de chino lavandero, único texto con el cual pudimos establecer alguna relación de referencia.

5- Asociación de Lavanderos Chinos. Archivo Nacional de Cuba. Registro de Asociaciones. Leg.95 Exp.1120

6- Herederos del Dragón. Historia de la Comunidad china en el Perú. Humberto Rodríguez Pastor.Fondo Editorial del Congreso del Perú, 2000

7- La migración china en el norte de baja California 1877-1949 Rosario Cardiel Marín En: Destino México. Un estudio de las migraciones asiáticas a México, siglos XIX y XX. Maria E. Ota Mishima. El Colegio de México, 1997

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