viernes, 8 de julio de 2011
ESTRATEGIAS PARA EL CAMBIO ¿Machismo rural cubano?
En la foto Dayron Oliva Hernández
Por Lic. Dayron Oliva Hernández
Un profesor universitario me decía, con risa, que su abuelo, oriundo de Islas Canarias, regañaba a sus animales de trabajo y la emprendía a golpes para que hicieran bien su cometido: «¡Ah!, porque jueguito conmigo, no», eran algunas de las palabras que recordaba.
Muchas historias similares podemos escuchar a diario acerca de los hombres que viven y trabajan en las zonas rurales cubanas. La manera en que se les asocia, para bien o para mal, desde la mirada popular y urbana, los describe como guajiros, rudos, fuertes, con poco nivel de instrucción, soberbios, laboriosos, etc.
Sin hábito de que se juzguen los significados de su contenido, lo cierto es que un conjunto de adjetivos relacionados con el campo, la tierra y los animales de carga todavía incide en cómo se piensa el mundo rural cubano. Así, sin que las personas se den cuenta, los estereotipos que enmarcan a los «hombres de campo» los limitan hacia una masculinidad rural rígida, que dificulta una reflexión crítica de las implicaciones de las relaciones de género entre hombres y mujeres en el ámbito rural.
Algunos especialistas señalan el carácter difícil del mundo rural para cambiar ciertas tradiciones y costumbres, más cuando forman parte de un presunto orden «natural» de las cosas. Es por eso que pensar en ese contexto acerca de cómo se definen los hombres en relación con las mujeres, pasa por cuestionarnos lo que ha significado la identificación de la masculinidad rural a las «difíciles» circunstancias de trabajar la tierra, sus actividades económicas y el manejo de los medios de producción, como los animales.
A juicio de Mavis Dora Álvarez Licea en su artículo Masculinidades cubanas: El machismo guajiro, en la sociedad rural actual persisten y se reproducen patrones culturales tradicionales, muy propios del régimen patriarcal, aun cuando las condiciones sociales, económicas y la cultura en general, de la población rural, gracias a los programas de la Revolución, han devenido una mejoría ostensible de la calidad de vida y la participación social. Su parecer establece que en la masculinidad del hombre rural cubano —típica de un modelo hegemónico—, destaca la sobrevivencia de actitudes y comportamientos machistas, en cuanto al falso derecho del dominio sobre las mujeres, las conductas violentas, el alcoholismo, los estereotipos raciales y sexistas, la homofobia, entre otros.
Una mirada desde la masculinidad y el género al escenario campesino pondría en discusión las consecuencias de las conductas machistas de los hombres, sobre todo porque haría ver cómo los actos de discriminación por género todavía existen y tienen que ver con aspectos socio-culturales derivados de la aún no extinta ideología patriarcal, de su modo de construir la masculinidad y sus incidencias en los modos de relacionarse los hombres y las mujeres.
No es dejar de ser masculinos, sino cambiar el machismo
Contrario a lo que usualmente se piensa en el entorno rural, es por razones sociales y culturales por las que se constituye el género de forma diferente según el sexo. El engaño del orden desigual entre mujeres y hombres, y la oposición de estos a aceptar que las mujeres ganen poder y protagonismo, han radicado, entre otras causas, en que se asume una «masculinidad verdadera» por argumentos biológicos que justifican la «hegemonía» de los hombres sobre las mujeres.
De ahí la importancia que tuvo la experiencia del grupo Masculinidades en Cuba, de la Red Iberoamericana de Masculinidades —cuyo coordinador es el Dr. Julio César González Pagés—, con la conferencia-taller Feminismo y Masculinidad, en octubre del año 2008, como parte de los cursos que sobre género desarrolla la Escuela Nacional de Capacitación Niceto Pérez, de la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP), para funcionarios/as de esta organización.
Desmitificar creencias machistas, abordar las consecuencias del modelo hegemónico de la masculinidad, la indiscutible validez del feminismo cubano, para un ámbito donde las tradiciones patriarcales están enraizadas, si bien evidenció lo complejo que le resulta a un grupo de hombres no acostumbrados al tema cuestionar algo —la masculinidad— que no admite contradicción, por otro lado sembró la semilla de la duda y caló en ellos la necesidad de cambiar esas estructuras opresivas, para el bien de los propios hombres y las mujeres.
No obstante, debatir desde la perspectiva de género, el feminismo y la masculinidad ponen bajo sospecha aspectos que han formado parte de las costumbres rurales y de lo que a hombres y mujeres se les ha exigido ser. También reveló un conjunto de problemáticas que refieren las contradicciones y malestares que generan en lo personal, a cada uno —a decir verdad, más en los varones—, tratar estas temáticas.
Confundir el cuestionamiento de la masculinidad con la homosexualidad y el dejar de ser masculinos fueron algunas de las preocupaciones que se originaron en los hombres. Ideas erróneas que por el desconocimiento en muchas ocasiones repercuten negativamente en la real comprensión de lo que se quiere cuando se plantea la masculinidad.
Otra paradoja equívoca asociaba la pérdida de poder para los hombres con la aplicación de las relaciones equitativas entre mujeres y varones, que se ha inclinado por empoderar y reconocer el protagonismo de ellas en todos los ámbitos del país, aun cuando se señaló que una de las secuelas lamentables ha sido el ejercicio de los hombres por diversos tipos de violencia, desde la psicológica hasta la física. Asimismo, esta paradoja llevaba implícito el falso parecer, que se tiene popularmente, que el feminismo tiende a sustituir el poder masculino por el femenino, o sea, como una versión femenina del machismo en los hombres.
Las posibilidades de cambio: el caso de la ANAP
Abordar la masculinidad rural cubana, las implicaciones en las relaciones con las mujeres y las contradicciones de las formas en que se construye, sobre todo el arraigado machismo, ofrece también la oportunidad de que cambien los patrones perjudiciales, porque ha significado opresión para las mujeres y los hombres que no cumplen sus parámetros, en resumen, desigualdad y discriminación para todas y todos. Al mismo tiempo puede representar un impedimento para un desarrollo orgánico y constructivo de la agricultura cubana que propone acorde con los principios de la Revolución, el Estado y la sociedad cubana.
En la actualidad vivimos un profundo proceso de transformaciones socio-económicas del modelo cubano, que subraya la importancia estratégica de la actividad agrícola y pecuaria. Sin embargo, no se debe obviar que el modo en que hombres y mujeres han sido construidos social y culturalmente, en modelos rígidos y opuestos, puede afectar ese imprescindible proceso.
En un área que en la práctica, por su cultura y educación histórica apegada a las justificaciones biológicas, ha sido reacia —en especial en el plano de las subjetividades— a que los hombres pierdan poder y protagonismo en favor de una reasignación y empoderamiento de la mujer, hay que tener en cuenta los efectos —para bien o para mal— de un proceso de transformación socio-económica para la concepción que tienen estos varones sobre sí mismos y las relaciones de género en ese espacio rural.
Para que se tenga una idea, un análisis de la presencia de la mujer cubana en las actividades agrícolas, arrojaría, en cierta medida, la manera en que se conforma la masculinidad rural cubana y la probabilidad de revertir un orden de género basado en el machismo. Si lo socialmente aceptado alrededor de la mujer la sitúa en el entorno doméstico y familiar en un contexto de subordinación, esto no niega que existan mujeres con responsabilidades y se desempeñen en las diversas labores agrarias, a pesar de que estadísticamente haya un predominio de los hombres en todo lo concerniente al sector rural.
Cuando a finales de los años noventa del siglo pasado, dentro de las alternativas ante la crisis económica, las mujeres se incorporaron a sectores emergentes de la economía, en el que los hombres eran mayoría, como el de las campesinas privadas, llegaron a ser el 8,3 %; ya para el año 2008 representaban un 17,4 % de esta actividad económica.
Si por un lado muestra una desventaja, en cuanto a estadística, con respecto a los hombres, por otro indica el crecimiento que ha experimentado la presencia de la mujer en la práctica laboral campesina. Los desafíos —pensémoslo así— que se presentan pueden ayudar a trazar el camino para superar una brecha de género, así como un reto para los hombres y sus masculinidades de convivir en un proceso de transformaciones socio-económicas.
Asimismo, la labor de instituciones tan determinantes para la comunidad rural cubana, como la ANAP, resulta imprescindible para transformar esas estructuras subjetivas que nos atan a un pasado machista y patriarcal. La adopción de la Estrategia de Género, como parte de la voluntad política de su directiva nacional, constituye un paso —además de un ejemplo a seguir— a favor de la equidad de género, de reconocer el protagonismo y el empoderamiento de la mujer, así como de promover masculinidades no hegemónicas.
Durante el año 2005, la puesta en marcha de un diagnóstico participativo con enfoque de género, que incluyó el 50 % de todos los municipios del país, coincidió con el inicio de la estrategia, a partir de la creación de las comisiones de género a distintos niveles: municipal, provincial y nacional.
Lo que se pretendía era, entre otros objetivos, lograr una mayor incorporación de las mujeres a las diferentes estructuras productivas de la ANAP (CPA y CCS), así como fortalecer su papel incrementando su participación en los niveles de dirección y toma de decisiones; desarrollar la capacitación y la sensibilización en el tema de género a todas las estructuras de dirección, que incluía a los cuadros, cooperativistas, campesinos y sus familiares, con el apoyo de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) y la Cátedra de la Mujer de la Universidad de La Habana. A través de las Casas de Orientación a la Mujer y la Familia, se organizan conversatorios sobre temas de autoestima, igualdad, equidad, liderazgo y jurídicos, dirigidos a que el campesinado, y dentro de él las mujeres, conozca el derecho y las posibilidades que tiene al trabajo, solicitar tierra, a la licencia de maternidad, a estimulación, entre otros.
Sin lugar a dudas, el hecho de que la ANAP, en alianza con otras organizaciones, se preocupe por sensibilizar en cuestiones de género y masculinidad a toda su membresía y sus familiares, brinda un marco propicio para que líderes campesinos, ya sean hombres o mujeres, desde lo personal, lleven adelante un proceso viable de cambio de los valores patriarcales y machistas que sustentan un modelo hegemónico de la masculinidad rural cubana.
Ver http://www.mujeres.cubaweb.cu/articulo.asp?a=2011&num=547&art=20
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