Por Alejandro Céspedes Morejón
Analista deportivo de Tele Pinar y la RIAM
La música es el arte
de organizar sensible y lógicamente una combinación coherente de sonidos y silencios utilizando los principios
fundamentales de la melodía, la armonía y el ritmo, mediante la intervención de complejos procesos
psico-anímicos. Este es uno de varios conceptos que describe “teóricamente”
esta manifestación artística. El deporte es una actividad que tiene un
requerimiento físico y motriz, acompañado de una agudeza mental que se enmarca
en la acción competitiva, en presencia de público y medios de comunicación.
El deporte y la música entran en planos unificadores ya que son una forma de
expresión social y van en pos del mismo objetivo, el entretenimiento encaminado
hacia cualquier generación y sector social dispuesto ha asimilarlo. Por estas
vías entran a “retozar” una serie de factores que combinados pueden ser un
genuino “Coctel Molotov”.
La
educación formal que nos viene desde el hogar o el medio social al que
pertenezcamos, los estados psíquico o de ánimo que nos rodean y el sentimiento
que nos trasmita el escenario que estemos disfrutando en ese momento, son
compuestos que encontramos en la música y el deporte por igual, y que nos hacen
explotar sentimientos de maneras que pueden ser violentas si los códigos que
componen nuestro razonamiento lógico así lo propician.
En
los espectáculos deportivos que participamos como espectadores o competidores
estamos siendo continuamente bombardeados con música que, a mi humilde parecer,
es una provocación a la violencia que se desata cada vez con más frecuencia en
los escenarios deportivos de nuestro país.
En
los deportes espectáculos como el béisbol, el baloncesto, el balonmano y el
fútbol, por citar algunos de los más asiduos en nuestro patio, el contacto
fuerte y la tensión competitiva es tan alta como acelerado el pulso que
mantienen todos los inmiscuidos en el show, con el fin de alcanzar la victoria.
Si a esta mescla inflamable le ponemos un catalizador como el Rock (en una
medida ínfima en Cuba) o el (decida usted un adjetivo) reggaetón, las cosas se
ponen feas en muchísimas ocasiones.
Quien
les escribe, ha sido testigo de muchos actos violentos en distintas instalaciones deportivas del país, donde se unen gran cantidad de seguidores
del deporte y de los atletas que lo desempeñan; ellos “se toman muy a pecho” el
juego, tanto, como para si se le estimula un poco hacer justicia por su propia
mano.
Múltiples
son la anécdotas de equipos y árbitros que han esperado horas para salir
escoltados por la policía de la instalaciones deportivas, por la presión violenta del público impulsado por un carburante peligroso como es la cólera.
Cólera que se fue acumulando por muchos factores y que durante el desarrollo
competitivo se “hizo engordar” con un estimulante muy poderoso y silencioso que
es la música, la cual a altas y descontroladas velocidades se fue adueñando del
sub consiente del aficionado, y este, en “plan zombi”, respondió con ira
desenfrenada ante cualquier espoleo que le llegue.
Es
el deseo de la Red Iberoamericana y Africana de Masculinidades, hacer un llamado a las personas que son responsables
del entretenimiento para nuestro pueblo, hacia esta subvalorada situación que
muchas veces es un fuerte contribuyente a los actos de violencia que sufrimos
en nuestra sociedad. Cada cosa tiene su puesto reservado y su momento para ser
expuesta, sin propiciar daños colateralmente. No forcemos situaciones
desagradables por desconocimiento o egoísmo.
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