por Claudia Borrajo Del Toro
Hace dos semanas fue asesinada en la esquina de mi casa una señora mayor, regresaba con mi novio cuando encontramos además de una patrulla y un carro de criminalística, la calle repleta de vecinos que contemplaban entre murmullos el balcón de un segundo piso donde colgaban sábanas y ropas tendidas, a espera de que bajaran el cuerpo que decían manteníase tendido aun en el piso.
Me pareció muy extraño, escuchas siempre historias morbosas sobre gente muerta, pero parecen siempre historias distantes, ajenas, que a veces desvaloras por tildarlas de imaginarias, solo posibles en la existencia desgraciada de personajes esteriotipados de algún modo y sobre todo, ocurridas a gente a la que no asociarías jamás con la “vieja de la esquina”.
Entonces observas la ropa que mece el viento y tratas de imaginar como pudo haber terminado tan mal el día. La señora no fue por demás, la única víctima, pero si la fatal; el yerno la apuñaleó con un machetín a ella, a su hija, la esposa del perpetrador, y a su nieta de diecisiete años, hijastra del susodicho; el que bajó a la calle y dijo a un vecino que por favor, subiera a buscar a su hija pequeña, porque, a excepción de esta “había matado a todo el mundo allá arriba” e iba a entregarse a la policía. Todos quedan tratando de explicarse el hecho, y a los días, escuchas decir al hermano de la difunta “se lo buscó, ella se lo buscó, pues le tenía abierto tremendo fuego”.
¿Cómo puede alguien buscar la muerte en su hogar? Escuchas los comentarios y justificaciones que se hacen a tientas y es fácil percibir en ellos, la aceptación inconsciente de un estado de cosas en el orden social y moral que ve casi como natural que sucedan este tipo de actos, que aunque critique, tiene incorporado en su modo de ver y asumir la vida, una visión de aquello que le compete y que se espera como normal del género masculino y le dispensa de cometer ciertos excesos. Se ve cuando se comenta que una mujer fue asesinada por su esposo y todos piensan al minuto que de seguro esta le era infiel y ven en ello la posible causa, muchos es esto lo primero que se preguntan y no si el hombre era un idiota con la autoestima tan alta o tan baja que no atinó a una acción menos animal, para variar. Y bien, ¿qué si le ponía los cuernos? Esto no debe ser razón para que en su posible dolor alguien se vea excusado de calmar su pena arrebatando la vida a aquella que la causa ¿con qué derecho? “Yo tuve que matar a un ser que quise amar” dice una de esas canciones melodramáticas, siguiendo el esquema patético de los crímenes pasionales.
El origen de esto está en la misma base de la sociedad, que reproduce -no solo a gran escala-, un modo de pensar que da al hombre ciertas atribuciones que se remontan al nacimiento de una sociedad ya arcaica. Una amiga hablaba de que su marido iba a tener una hija con otra mujer con la que había mantenido una relación durante unos meses en que ellos estuvieron peleados, y ahora que habían vuelto felizmente, solo se lamentaba de que nacería aquella niña porque la otra mujer no había querido abortar al fin y al cabo. Fíjese usted, ella decía que su marido tendría una hija fuera de la relación porque su amante no había querido abortar, en vez de decir que simple y llanamente, tendría una hija por las obvias razones biológicas que son de esperar.
Recientemente andan dando vueltas de flash en flash, las fotos de una muchacha a la cual acuchilló repetidas veces en el rostro otra, por problemas de novios; la acusada de intento de asesinato alega que solo quería asustarla, pues su novio la había dejado y estaba ahora en amoríos con la adolescente que desfiguró. A mi entender, si hay alguna cuenta que saldar, es con el novio ¿por qué entonces se asume el rival equivocado? Eso es machismo, simple y barato, es el machismo que expresa la misma Santa Camila de La Habana Vieja, que a tantos años, no ha variado un ápice. Un machismo reproducido por las propias mujeres a carta cabal en esta sociedad de corte patriarcal y que se aprende y aprehende desde temprana edad y que genera consigo una violencia psicológica que a veces parece derramar la copa y materializarse en terribles actos que estremecen a la comunidad.
Es el hombre colérico que describe Enrique Serpa en una de sus historias, que se cree con derecho a cuestionar con desprecio a una prostituta que esconde tras una cortina junto a la cama en que fornica, a su bebé recién nacido; pero que no se critica a él mismo como consumidor que da vida a ese mercado.
Es el grupo de jóvenes que mientras subes la escalinata te grita que “se ve que te gusta que te la metan por detrás” porque traes un pantalón apretado, o porque a ellos les divierte ser groseros y no existe una razón aparente para que se deban contener de decirte algo que te estremece de vergüenza o porque no hay nada que puedas hacer para evitarlo o reprenderlos, o porque tú no más apretarás el paso para salir de sus vistas, evitándolos, aguantándote de contestarles, por miedo a darles pie a ponerse peor.
Es la hegemonía de un sexo sobre otro que trae consigo, inevitablemente, una violencia que surge de no respetar en su justa medida aquello que se considera inferior, más bajo, al no valorarlo, al no comprenderlo y al no molestarnos en pensarlo.
viernes, 7 de noviembre de 2008
“Ella se lo buscó”
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1 comentario:
eres divina con tus escritos, espero que todos los que lean este artículo se impresione como yo, no dejes de escribir nunca, ah y publica "Fotografías".
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