“¿Puede haber nada tan bello y pintoresco como un baseball jugado por muchachas? Difícil. La sincronización de los movimientos, unida a la belleza corporal de las chicas, hacen del baseball femenino el deporte capaz de enloquecer a sus adeptos, y de robustecer las filas de aficionados al emperador de los deportes…”
(Rai García, También ingresa Cuba en el Baseball Organizado Femenino. En, revista Carteles, 1947, #38, año 28.)
“¿Y la mujer? No se puede olvidar. Es parte integrante—hoy más que nunca—de las grandes concurrencias que se apiñan, que se mantienen estoicamente en incómoda posición en la mayoría de los casos, para no dejar escapar ni el más ligero detalle…”
(Rai García, ¡Vuelve la pelota! ¡Play Ball! En revista Carteles, 1948, #41, año 29, p.p. 50-51.
Por Daniel Alejandro Fernández González.(historiador)
El espacio dedicado al “juego de las estrellas”, correspondiente a esta temporada del béisbol cubano, estuvo matizado por la introducción de una nueva propuesta que tributó en un espectáculo de mayor calidad y disfrute por parte de la afición de la isla y de los propios jugadores. A la tradicional celebración de las competencias de habilidades, la premiación a los deportistas más destacados del año anterior y la realización del juego entre los peloteros de Occidente y Oriente que más se destacaron durante la primera mitad de campaña, se agregó la realización de un partido entre jugadores que ya habían inundado con su maestría en el arte de jugar pelota, los diamantes beisboleros de Cuba y del extranjero, y que ahora, acogidos al retiro, esparcían su sabia a los más jóvenes como directores de equipo, entrenadores de Serie Nacional, de Academias, de categorías inferiores o formaban parte de las estructuras de dirección de la Comisión Nacional.
Más allá de intentar resumir los aciertos y desaciertos, las excelentes jugadas (para mí lo mejor, la estirada en primera base del guantanamero Agustín Lescaille a los 55 años), o los recuerdos que acompañaron a ese fin de semana de béisbol, que vio lucirse a estrellas del pasado y de hoy, quisiera destacar un hecho que, sin lugar a dudas, ha despertado el debate entre todos aquellos que compartimos una gran pasión por nuestro deporte nacional. En un Guillermón Moncada, repleto de esa euforia santiaguera que hace temblar a los contrarios, las riendas del juego que enfrentaba a las figuras beisboleras del momento, fueron asumidas por una mujer; la primer árbitro en Series Nacionales. Su nombre, Yanet Moreno. Ya la habíamos visto arbitrar en bases por televisión, conocíamos que se había colocado detrás del plato en algunos juegos durante esta primera parte de la Serie, pero ahora enfrentaba sin dudas un gran reto. Debía demostrar ante los más de 30000 fanáticos que a ritmo de conga, repletaban el estadio santiaguero y ante los millones de personas que, sentados frentes a sus televisores, esperaban deseosos el inicio del juego, que una mujer era capaz de dirigir con eficacia en un deporte creado y pensado para los hombres; practicado, dirigido y debatido mayoritariamente también por hombres. Un juego, o mejor, un deporte que en Cuba es pasión, furor, parte indisoluble de nuestra identidad, partícipe activo en la conformación de la nacionalidad cubana, escenario en el cual una derrota del equipo con el que se simpatiza es capaz de socavar los cimientos de las almas más fuertes, donde un error cometido por un jugador, director o un árbitro, jamás se olvida, nunca se perdona, se convierte en un estigma que los acompaña por siempre.
La labor de Yanet durante el juego demostró que sí. Técnicamente, mantuvo una zona de strike invariable y adecuada, lo que conllevó a que apenas motivara conteos discutibles, se vio precisa y segura en sus decisiones, mostró dominio de las reglas, imparcialidad. En el caso de la imagen que proyectó, la vimos enérgica, dueña del control del juego, desinhibida, al parecer sin la presión que comúnmente invade a los árbitros ante un estadio abarrotado. Como bien se diría en uno de los debates que presencié, no hacían falta las continuas alusiones de los comentaristas a su buen trabajo, parecía que estuviera haciendo algo inaudito o impensable, para que nos diéramos cuenta que cumplía a cabalidad con su labor detrás de home.
Tras su actuación, numerosas y diversas han sido las opiniones y polémicas surgidas entre los aficionados del béisbol. Para los que como yo, hemos decidido estudiar desde de las Ciencias Sociales, específicamente la Historia, las imbricaciones de la pelota cubana con estructuras, procesos y relaciones económicas, sociales, políticas, culturales o migratorias, inherentes al desarrollo histórico de la nación, este suceso nos invita a incorporar un nuevo objeto de estudio dentro del campo del béisbol: la relación mujer cubana—deporte nacional.
Afirmar que en nuestra nación, la mujer, que representa aproximadamente un 50% de la población en la isla, ha estado incorporada e imbuida dentro de las dinámicas que operaron en el decurso del béisbol cubano, a tono con la participación de este en la conformación de una cultura y un imaginario popular, con la creación de sentidos de pertenencias hacia jugadores y equipos, con su innegable presencia en la construcción de nuestra identidad, con su práctica, ya sea como fuente de esparcimiento o de forma organizada; sería una hipótesis discutible y por tanto difícil de demostrar.
En una sociedad patriarcal como la nuestra, el béisbol ha sido un espacio de legitimación de las características que dichas sociedades han utilizado para construir la identidad masculina (fuerza, agresividad, rudeza, inteligencia, valentía, etc.), socializador por excelencia de la masculinidad, marco propicio para demostrar el papel dominante del hombre dentro de las relaciones de género. En todas las áreas donde el deporte de las bolas y los strikes ocupa el centro de la atención: terrenos, graderías, peñas y demás sitios de polémica, puestos laborales, artículos periodísticos, transmisiones televisivas, establecimientos y paredes con imágenes y grafitis, se justifica la existencia del béisbol como deporte y actividad social que tributa al comportamiento, actitudes, costumbres y actividades sociales reservados históricamente para los hombres. Resulta lógico pensar entonces, que la incorporación de la mujer a este espacio de “reafirmación de los rasgos que definen la masculinidad”, haya estado y se encuentre sujeta a las implicaciones de su posición de subordinación en las relaciones de género. Estas afirmaciones nos llevan a considerar que, orientar el estudio de la relación mujer—béisbol, en Cuba, hacia una perspectiva de género, nos proveería de un eje teórico ideal para la comprensión y el análisis de las regularidades que ha asumido dicha relación en el decurso histórico de la pelota en la isla.
Momentos como este, en los que a la inclusión de Yanet Moreno en un “territorio” que en el béisbol, siempre estuvo vedado a la mujer, se unen la resurrección de la práctica organizada del béisbol femenino, a partir de la decisión de un grupo de mujeres de “emular” en los terrenos de la Ciudad Deportiva con estrellas de antaño como Eulalia González(Viyaya) e Isora del Castillo, y un aumento considerable de la presencia femenina en las graderías, sobre todo de jóvenes deseosas de disfrutar de la gran fiesta que significa la celebración de un juego de pelota en nuestra nación; ameritan la contribución de todos aquellos que amamos y sentimos el béisbol. Quién sabe si el futuro nos depare un juego de las estrellas en el que “las faldas invadan el diamante y nosotros apenas hallemos espacio, en unas gradas colmadas de mujer.”
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